Serie Maestros y Maestras
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Hombres jóvenes de pie con los ojos cerrados

Las infinitas posibilidades del universo sonoro

Clase magistral de Mateo Mejía

Atentos: 

“Todo sonido es lo invisible bajo forma de perforador de coberturas. Ya se trate de cuerpos, de recámaras, de departamentos, de castillos, de ciudades amuralladas. Inmaterial, franquea todas las barreras. El sonido ignora la piel, no sabe lo que es un límite: no es interno ni externo. Ilimitante, no es localizable. No puede ser tocado: es lo inasible. La audición no es como la visión. Lo contemplado puede ser abolido por los párpados, puede ser detenido por el tabique o la tapicería, puede ser vuelto inaccesible incontinenti por la muralla. Lo que es oído no conoce párpados ni tabiques ni tapicerías ni murallas. Indelimitable, nadie puede protegerse de él. No hay un punto de vista sonoro. No hay terraza, ventana, torreón, ciudadela, mirador panorámico para el sonido. No hay sujeto ni objeto de la audición. El sonido se precipita. Es el violador. El oído es la percepción más arcaica en el decurso de la historia personal -está incluso antes que el olor, mucho antes que la visión- y se alía con la noche”. 

[Ocurre que las orejas no tienen párpados - Pascal Quignard]

Tres premisas desde las que podemos empezar a configurar el universo sonoro de nuestras piezas: 

  1. El sonido nos atraviesa: como bien dice Quignard, el sonido pasa a través de nosotros y nos altera, nos modifica, nos moviliza. No hay velo que cubra el sonido porque sonido es todo. El oído no se cierra. Siempre algo se mueve.
    Siempre algo suena. 
     
  2. Entender la diferencia entre oír y escuchar: la escucha es una conexión con el mundo que nos rodea. A escuchar se aprende y constituye un proceso psíquico que expande los límites del espacio y el tiempo.
     
  3. El sonido como materia que se puede moldear, ahormar, fundir, forjar. El sonido como materia dúctil y no sólo como un acompañamiento secundario. 

De esta manera, el sonido puede ser entendido desde dos lugares metafóricos en cuanto a la experiencia de escucha. Por un lado, el sonido de Orfeo y la Sirenas, un sonido que aunque no es propiamente bello, nos parece encantador, nos cautiva y enloquece. Por el otro, el sonido de las esferas celestes, una bella música de melodías armoniosas y hermosos contrapuntos que también nos mantiene en el vilo de los sueños más altos. 

Y de aquí surge la pregunta más importante: ¿desde dónde estoy preguntándome sobre el universo sonoro de mi obra? ¿Qué quiero que escuche el espectador? ¿Qué es aquello que conforma el universo sonoro de mi obra? Y para responder estas cuestiones, lo primero es escuchar, abrir la percepción y crear un espacio de escucha para que cada sonido cobre significancia dentro de la totalidad de la pieza. 

Un ejercicio: 

El circular de los susurros: 

Todos caminan por el espacio. Alguien susurra algo que quiere contar. Los que están cerca y le escuchan, le acompañan en su caminar, tratando de oír lo que dice. Otra persona también susurra. Otros le acompañan. Se va formando una danza de separaciones y distancias. Se abre la escucha entre todos. El susurro se vuelve melodía, la melodía coreografía. Nadie determina nada, solo los susurros.